Pakistán representa un serio riesgo para la seguridad occidental a medio plazo. Único país islámico con armas nucleares, posee regiones en donde el Gobierno tiene poco acceso y los líderes tribales mantienen fuertes vínculos con los talibanes y Al Qaeda
En febrero de 2007, el ex-vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney, hizo una escala en Pakistán a su regreso de una gira por Japón y Australia. La visita no fue de cortesía, sino de reproche hacia el régimen del general Pervez Musharraf por su inoperancia y, en gran medida, de tolerancia hacia las facciones tribales protalibanes que operan al oeste del país, lindante con Afganistán. En el almuerzo que mantuvieron en el palacio del general Musharraf, Cheney, que estaba acompañado por el vicedirector de la CIA, Steve Kappes, previno al presidente pakistaní sobre los recortes de asistencia que recibiría de la Administración de Washington, presionada por la mayoría demócrata que ha condicionado la ayuda a que el país asiático haga “todos los esfuerzos posibles” para evitar la presencia de milicianos talibanes en su territorio. Luego de esta reunión el ex portavoz de la Casa Blanca, Tony Snow, dijo que Pakistán puede hacer “mucho más” en el marco de la guerra contra el terrorismo islamista.
Dicho en otro tono, lo que la Administración Bush le exigía al régimen de Islamabad es que actúe de forma más categórica contra las milicias tribales que responden a líderes vinculados con Al Qaeda en la región de Waziristán, entre otras zonas.
Recuperamos este interesante artículo del director americano del CIIST, Agustín C. Dragonetti, publicado hace sadi año y medio. Comprueben que las cosas no han cambiado demasiado desde entonces.